
El acuerdo final de la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático dejó a todas las partes en Glasgow incómodas. El negociador estadounidense, John Kerry, comentó que este malestar es un signo de buena negociación, en la que se escuchó la voz de todos y se acomodó parcialmente. Tras las conclusiones, muchos se preguntan si la COP26 ha sido un fracaso o no. Hay consenso en que aún queda mucho camino por recorrer. Sin embargo, algunos creen que hubo importantes avances: El acuerdo de revisar las ambiciones de reducción de emisiones cada año (en lugar de cada cinco) para acelerar la acción climática; que el 90% de las economías del mundo se comprometan a lograr cero emisiones a mediados de siglo; que se detenga la deforestación en el 90% de los bosques del mundo para 2030; que, después de 6 años, por fin se hayan completado las normas para la plena aplicación del Acuerdo de París; que se respalden los llamamientos a la reducción del uso del carbón y la eliminación de las subvenciones a los combustibles fósiles, así como la reducción del 30% de las emisiones de metano para 2030 por parte de más de 100 países. En cuanto a los valores, se aprobó el concepto de justicia climática y la admisibilidad de las reclamaciones por la devastación relacionada con el clima (“pérdidas y daños”). En cuanto a la financiación de la mitigación y la adaptación a la crisis climática, se ha movilizado un considerable capital privado, aunque los países ricos aún no hayan cumplido sus compromisos.
Otros, sin embargo, destacan las contradicciones que contiene el Pacto Climático de Glasgow: el fraude de los créditos de carbono, que permitirán seguir emitiendo gases de efecto invernadero en lugar de reducirlos; el hecho de que las emisiones, en lugar de reducirse globalmente, seguirán creciendo hasta 2030; la falta de responsabilidad de las grandes empresas mineras; la ausencia de plazos para el fin de las subvenciones a los combustibles fósiles y al carbón. Los resultados de las negociaciones no son coherentes con las orientaciones de la ciencia del clima y la justicia climática. Los lentos avances están todavía muy lejos del mínimo necesario, una eliminación rápida y equitativa de los combustibles fósiles. Y no ha habido la solidaridad y la respuesta necesarias al sufrimiento de las naciones más afectadas y vulnerables.
Pero, sobre todo, son las cuestiones de derechos humanos y ecosistemas las que preocupan a la sociedad civil. La transición energética se produce a menudo a expensas de las comunidades locales y de los pueblos indígenas, que sufren los impactos de la extracción de los minerales necesarios para la cadena de suministro o de la pérdida de sus tierras vitales y de su entorno para construir plantas de energía renovable. Y al final, no son las comunidades las que se benefician de la energía producida, sino las grandes industrias o, en el caso de la extracción de minerales, las economías del Norte global una vez más. En términos más generales, desafiamos la narrativa de que las nuevas tecnologías ofrecen las soluciones al problema climático y que la simple expansión de su uso a gran escala logrará el objetivo de contener el calentamiento global. A menudo se trata de soluciones falsas, que resuelven un aspecto del problema y crean otros.
A la luz de lo anterior, está claro que la cuestión fundamental que subyace a las negociaciones es el modelo de desarrollo que se va a seguir. Aunque los gobiernos del Norte y del Sur global compiten, alegando prioridades diferentes, en realidad, están muy a menudo en el mismo “bando”, el del modelo de crecimiento económico, el de los beneficios e intereses de los grandes grupos industriales y financieros, el de la perpetuación de la actual forma de mercado dominante.
Pero también existe otra visión del desarrollo, representada por los diversos grupos de la sociedad civil -pueblos indígenas, jóvenes, mujeres, organizaciones ecologistas, etc…- que proponen caminos de sostenibilidad ecológica, social y económica basados en la evidencia científica y los derechos humanos, en los conocimientos y la sabiduría de los pueblos indígenas y las comunidades locales, que se arraigan en la estrecha conexión material y espiritual con el territorio y la tierra, con sus recursos naturales. Esto significa poner en primer lugar a las personas y al planeta, no a los beneficios.
Si hubo o no un éxito en Glasgow, y en qué medida, encuentra diferentes respuestas según el punto de vista. En efecto, se puede hablar de éxito desde la perspectiva del libre mercado, como lo confirma la adhesión entusiasta de los grandes grupos financieros e industriales que impulsan la innovación y la transición ecológica. Pero desde el punto de vista de los que sufren y desaparecen de la faz de la tierra a causa del calentamiento global, los que están en primera línea de los impactos ambientales, los derechos humanos y las personas, fue sin duda otra gran decepción.
Sin embargo, la COP sigue siendo un espacio indispensable para el diálogo y el encuentro de diferentes perspectivas. Es el único lugar donde las organizaciones de base pueden reunirse y confrontarse con los grandes del mundo y defender una idea de desarrollo y unas prácticas realmente sostenibles. Hasta ahora, sólo se han transmitido unos pocos principios generales y algunas sugerencias prácticas, lo que sigue siendo poco para influir en el sistema. Si queremos resolver la crisis climática, tendremos que adoptar un nuevo paradigma de desarrollo.
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